Prosiguiendo a la meta: Siete casos de la providencia

Si queremos emprender un estudio sobre el tema de la divina providencia, es algo difícil abordarlo ya que en toda la Biblia jamás se encuentra la palabra providencia. Sin embargo, viene siendo un concepto bien sobresaliente de la Palabra. La mejor manera de considerar el tema, pues, será de investigar unos ejemplos específicos.

Antes de todo, nos conviene definir el vocablo providencia. El diccionario Larousse lo define así: “suprema sabiduría de Dios, que dirige todas las cosas”. Está relacionado con la palabra proveer. Por su omnisciencia, Dios sabe de nuestras necesidades hasta de antemano, y por su omnipotencia él nos sostiene.

A veces hay confusión entre lo que es la providencia y lo que es un milagro. Yo afirmo que los milagros ya no son necesarios y que la Biblia enseña que han cesado. Pero yo además afirmo que la providencia siempre ha existido y que todavía obra hoy en día. Dios bien puede dirigir las cosas sin emplear milagros para hacerlo.

I. José

A veces nosotros sufrimos, pero es raro que uno sufra tanto como José. Sus hermanos tenían envidia de él, tanto que lo echaron en un hoyo con ganas de matarlo. Vinieron unos traficantes de esclavos y sus hermanos se lo vendieron. Luego, ellos mintieron a su padre diciendo que una fiera lo había matado. Así llegó José a Egipto, donde fue falsamente acusado y encarcelado sin quien le ayudara.

¿Acaso hemos sufrido así? Quizás nuestra situación nos parezca difícil. Estoy seguro que a José le pareció una gran injusticia su situación. Pero a pesar de eso, ¡él de todos modos seguía confiando en Dios! Sabemos como José llegó a ser el segundo solamente a Faraón. Con el tiempo, tuvo un encuentro con sus hermanos cuando dijo lo siguiente:

    “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá arada ni siega. Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto.” (Gen 45:5-8)

¡José reconoció que Dios lo libró del hoyo, no ellos! Vio que Dios tenía un propósito más importante: usó la providencia para proteger la familia de la cual Cristo había de descender. ¡Que no suframos de la miopía, pensando que Dios nos haya abandonado!

II. Israel

Dios prometió bendecir a su pueblo Israel, pero condicionalmente (“si… guardareis mi pacto”, Ex 19:3-6). Durante la conquista de la tierra prometida, les tocaba muchas veces luchar contra los cananeos. Y antes de cada batalla las escrituras dicen que Jehová o estaba con Israel o estaba contra Israel (dependiendo de la condición espiritual de ellos). Esto mismo le fue dicho al rey Asa, quien pensó más eficaz lo de carne y hueso que la providencia de Dios:

    “..Por cuanto te has apoyado en el rey de Siria, y no te apoyaste en Jehová tu Dios, por eso el ejército del rey de Siria ha escapado de tus manos. Los etíopes y los libios, ¿no eran un ejército numerosísimo, con carros y mucha gente de a caballo? Con todo, porque te apoyaste en Jehová, él los entregó en tus manos.” (2 Cron 16:7-8)

Dice que sus victorias no eran debidas a su fuerza militar, ni al número de sus guerreros, sino que Dios determinó cada batalla de modo que si confiaban en Él, ganaron, y de otro modo, perdieron. Así fue también en la historia del victorioso Gedeón y su ejército de pocos (Jue 7). Esto fue la operación de la divina providencia. ¡Que apreciemos la eficacia de la providencia!

III. David

En el Salmo 23, es claro que David sentía la presencia de Jehová como el guía y pastor de su vida. Él dijo además:

    “Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.” (Hch 2:25; Sal 16:8).

Pero hasta ahora hablamos de José (la providencia protegió el linaje de Cristo), de Israel (el pueblo escogido), y de David (el rey más grande de ese pueblo). ¿No son esos casos especiales? Nosotros somos menores que todos ellos. ¿Cómo pudiéramos importar nosotros a Dios? Cristo enseñó que cada individuo importa a Dios (Mat 10:29-31). En el caso de José, él fue escogido de entre sus hermanos por su fe en Dios. Todos ellos carecían mucho de carácter moral. Dios escogió a José para ser el instrumento de su providencia para mostrar lo valioso que es una vida recta. Y sabemos que Dios le brinda al creyente su providencia y dirección aquí y ahora:

    “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él…” (2 Cron 16:9)

Y si nosotros creemos que no somos el pueblo escogido de Dios, ¡ignoramos que los cristianos sí somos! Compare Ex 19:3-6 con el lenguaje de 1 Ped 2:5,9. Y si pensamos que Dios favorecía a David solamente porque éste fue un rey, nos engañamos. Dios estaba con él desde mucho antes de que llegó a ser rey (cuando el joven David derrotó al gigante Goliat, por ejemplo). De hecho, Dios no estaba con David porque éste era rey, sino que ¡David era rey porque Dios estaba con él! David además reconocía que a pesar de su oficio real, no estaba ni un centímetro más cerca del Altísimo que cualquiera de nosotros:

    “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal 8:3-4)

¡Que no nos consideremos demasiado insignificantes para la providencia de Dios!

IV. Esteban

En el caso de José, todo salió bien al final. El último versículo de Génesis nos dice que alcanzó la edad de 110 años y que pusieron sus huesos en un ataúd para devolverlos a Canaán. En el Nuevo Testamento leemos de Esteban, un discípulo de fe y valor, el cual predicó de la providencia de Dios a lo largo de la historia judaica (Hch 7:2-53). Él, en cambio, ¡sufrió una muerte pero bien cruel¡ ¿Por qué? ¿No obraba la providencia a su favor? ¿No le importaba a Dios su apuro?

Claro que sí le importaba, porque Dios le mostró una visión celestial (Hch 7:55-56). La Biblia de las Américas (y el griego original) dice: “veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios”. Jesucristo estaba de pie (no sentado) para indicarle su interés. Entonces, ¿cuál fue el resultado de eso? Esteban murió. ¡Pero el evangelio fue difundido (Hch 8:4)! O sea, su sacrificio trajo la salvación a muchas almas de otras partes.

V. Pablo

En una entre muchas ocasiones, la providencia de Dios le ayudó a Pablo (Saulo) a escapar de sus enemigos:

    “Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarle; pero sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarle. Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta.” (Hch 9:23-25)

¿Por qué Dios le salvó a él, pero a Esteban no? ¿Valdría más la vida de Pablo que la de Esteban? No. Es que sirvieron de diferentes propósitos: uno el mártir y el otro el enemigo convertido en creyente. Hay bastantes otros cristianos como Esteban que estimaban más a Cristo que su propia vida. Muchos mártires dieron su vida para dejar un testimonio bien fuerte que quedará por todo el tiempo finito. Y Pablo recibió en este mismo capítulo su famoso llamamiento, pues Dios simplemente protegía el instrumento que escogió.

Además, pensándolo a fondo, ¿cuál de ellos dos sufrió más? Esteban sufrió una sola vez y se fue a recibir su recompensa donde ahora está. Pero Pablo sufría tantas veces en su vida que expresó su deseo de partir (Fil 1:20-24). La tradición dice que al fin de muchos años a Pablo lo mataron de todos modos. Pero la cosa es que ahora mismo, ni uno ni el otro puede recordar aquellos sufrimientos. Tenemos que reconocer que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros (Isa 55:8-9), y no somos capaces de juzgar la justicia de Dios.

VI. Pedro

En el duodécimo capítulo de Hechos, encontramos a dos apóstoles encarcelados. Jacobo fue muerto por la espada de Herodes (vs. 2). Y Pedro, por otra parte, escapó con su vida–sano y salvo (vs. 7). Otra vez, ¿será que la vida de Pedro fuera más valiosa que la de Jacobo? Es dudoso que sea por eso. Debe de ser una cuestión del propósito que Dios tenía para cada siervo. Además, el texto mismo nos informa que los cristianos se habían reunido con el fin de orar por Pedro. En otras palabras, pedían la divina providencia para que Pedro saliera ileso, y Dios les contestó. La Biblia nos dice que oremos en casos semejantes (Mat 7:7-8; Juan 16:24; Stg 5:13). ¡Que no pasemos por alto la oportunidad de pedir la providencia de Dios!

VII. Reyes

La providencia obra en nosotros, sí (Rom 8:28,31), pero además obra en líderes nacionales como Faraón (Rom 9:17), Nabucodonosor (Dan 4:28-37), Belsazar (Dan 5), Pilato (Juan 19:10-11), y Herodes (Hch 12:21-23). Aparte de ellos es claro que Dios tenía su mano en los asuntos de todos los reyes de Judá y de Israel.

¿Aún se mete Dios en los asuntos de reyes y de presidentes? ¡Cómo no! Debemos de orar por ellos, así pidiendo la providencia:

    “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador” (1 Tim 2:1-3)

El caso nuestro

Ahora bien, si somos cristianos y es verdad que podemos contar con la divina providencia en nuestra vida, ¿qué quiere decir esto? ¿Que nunca habrá escasez de lo indispensable de la vida? ¿Que nunca tendremos hambre? ¿Que nunca sufriremos? ¿Que en ningún momento estaremos sin empleo? No. Hemos visto ya que esas cosas sí pasan, a veces hasta a los fieles. La lección es ésta: si ponemos a Dios primero, nos guiará y nos dará lo necesario para la vida física (Mat 6:31-34):

    “Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas… Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto.” (Prov 3:5-6,9-10)

Si contamos con nuestra fuerza propia, poniendo a Dios en segundo lugar, eso es vanidad:

    “Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia” (Sal 127:1).

Debemos tener conciencia de la providencia en nuestra vida. Debemos vivir confiadamente–sin miedo–reconociendo que “el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jer 10:23). Nuestra peregrinación aquí es corta y depende a todo momento de Dios (Stg 4:13-15). Cuando oramos por la salud de los enfermos, o por el presidente del país, estamos pidiendo la providencia, no milagros, ni “buena suerte”, sino una poderosa intervención de Dios a favor de los suyos.

“Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos a sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.” (1 Ped 3:12)

Author: Houchen, Stephen