Prosiguiendo a la meta: Los espinos y los abrojos

En el sermón del monte, Jesucristo toma un ejemplo de la horticultura.

    “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis.” (Mat 7:15-20)

A sus discípulos, Cristo les dice que estén a la mira de los “falsos profetas”, los cuales fraudulentamente afirman tener la inspiración divina. Pero si al exterior parecen ser maestros legítimos, ¿cómo se reconocen, pues? Como en el caso de un árbol, el fruto que se produce depende de lo interior. Un árbol bien grande dará mal fruto si está enfermo adentro. Así que, mirando superficialmente al exterior del árbol no basta para juzgar su índole. Un verdadero cristiano producirá un fruto comestible y útil (uvas e higos); un falso producirá algo dañino (espinos y abrojo) que sólo sirve para perjudicar. Lucas confirma que los malos frutos provienen del interior, manifestando una enfermedad interna.

    “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” (Luc 6:44-45)

De estos espinos estaremos hablando en este breve estudio de la Palabra.

 

El sembrador
En la famosa parábola del sembrador, una parte de la simiente cayó en tierra espinosa, pero pronto las plantas se ahogaron (Mat 13:7). Jesús mismo expone el significado.

    “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” (Mat 13:22)

Explica que los espinos son de dos géneros: (1) el afán de la vida y (2) el engaño de las riquezas. O una cosa o la otra nos puede ahogar espiritualmente. Para los desprovistos, el mayor peligro es el primero porque a veces se preocupan demasiado por las necesidades diarias, así mostrando una carencia de fe en Dios (Fil 4:6). Por otra parte, para los más adinerados, el segundo riesgo es el más inminente (1 Tim 6:7-10). Un proverbio bien sabio de la antigüedad dice:

    “…No me des pobreza ni riquezas; Manténme del pan necesario; No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Prov 30:8-9)

Pablo sabía vivir en ambos estados de la vida, nunca dejándose ahogar por esas espinas.

    “…pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” (Fil 4:11-12)

Pero él fue afectado por otra clase de “espina”…

 

El aguijón en la carne de Pablo
Cuando se nos pega una espina o una astilla en la piel, siempre nos damos cuenta de ello porque nos causa dolor y procuramos quitárnosla lo antes posible. La Biblia dice que Pablo sufría de una espina personal.

    “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Cor 12:7-10)

Algunos opinan sobre qué será su aguijón, pero el versículo 10 posiblemente nos dice que fueron “debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones, y angustias”. Por lo que le hizo flaco y débil, se le notó en él la potencia de Dios. Si Dios le hubiera quitado todo estorbo, Pablo se habría envanecido. Para que siempre se diera cuenta de su dependencia de Dios, Dios no le quitó el aguijón.

Fíjese que este aguijón es otra cosa que los espinos de Mateo 7. El aguijón de Pablo es una espina en la carne; los espinos de Mateo manan del hombre interior. A los inconversos muchas veces las espinas se incrustan en el espíritu además de en la carne. Un verdadero cristiano puede tener espinas alojadas en la carne (un aguijón), pero no penetran hasta lo adentro. Si empezamos a creer que somos autosuficientes, olvidándonos de Dios, Él nos enviará un aguijón (las enfermedades, la persecución, la oposición, o lo que sea). Entre más nos que confiamos en nosotros mismos, lo más necesitamos de un aguijón para volvernos a la humildad.

Y si uno lo permite, los espinos le pueden ser más que solamente una molestia y llegará a tener una vida bien enmarañada de espinos y distracciones mundanas. Un alcohólico, por ejemplo, lucha contra las espinas en la carne por su dependencia química. Pero además batalla en el espíritu. Como su cuerpo anhela la satisfacción fugaz de la bebida, asimismo su alma ansía la gratificación momentánea del pecado. Su vicio es un cardo que se le pega y le cuesta trabajo quitárselo. Si tal persona llegara a obedecer el evangelio de corazón, Dios le ayudaría a deshacerse de las espinas en el espíritu (Judas 24). Pero es posible que le queden púas en la carne y que el alcohol siempre le sea una tentación.

 

Los primeros espinos
Hablando tanto de espinos, ya debemos tener una clara imagen mental de ellos. (¡y una imagen bien fea!) Esa imagen cabe muy bien si nos fijamos en su origen. En Edén, antes del pecado, no había mala hierba ninguna. Pero después de la rebelión contra el Creador, todo empezó a venirse abajo hasta que se encontraron en un lugar de espinos y zarzas.

    “…Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.” (Gen 3:17-18)

Fue un castigo físico, sí, pero también un símbolo de la corrupción de lo perfecto. Como el pecado destruyó la perfecta relación entre el hombre y su Dios, los espinos arruinaron el paraíso que antes fue. Como el abrojo iba ahogando las buenas plantas de aquel mundo prístino, así es el pecado la carcoma que va devorando lo bueno. Los espinos nos hacen pensar en el dolor, y la verdad es que el pecado siempre trae dolor a la larga (véase también el versículo 16, que habla de la multiplicación del dolor del parto). Además, los espinos son una desperdicia de la buena tierra porque ahogan las plantas productivas que llevarían fruto. Y los cardos son las plantas con púas que se nos pegan y nos causan pena. A todas estas malas hierbas las desarraigamos.

 

La iglesia queda aparte de los espinos
Los justos harán todo lo posible para evitar los espinos (la mundanería) por entero.

    Espinos y lazos hay en el camino del perverso; El que guarda su alma se alejará de ellos.” (Prov 22:5)

El Cantar de los cantares es una historia de amor, pero refleja además el amor que Cristo tiene para con su esposa, la iglesia (Ef 5:22-32).

    “Yo soy la rosa de Sarón, Y el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos, Así es mi amiga entre las doncellas.” (Can 2:1-2)

Algunos interpretan este libro como una alegoría del amor de Cristo por la iglesia. Si Jesús es “la rosa de Sarón”, la iglesia es su amiga (o sea novia, o esposa). Según el versículo dos, ¡la iglesia es lo más lejos de espinos que hay!

 

La gloria y la vergüenza
Isaías 5 habla de una viña que fue sembrada de buena semilla y labrada cuidadosamente. No obstante, resultó que dio mala fruta.

    “Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella.” (Isa 5:5-6)

La viña representa al pueblo de Dios (v. 7). Ellos fueron desde la cima de lo glorioso (una viña bella) hasta la sima de lo vergonzoso (un espinar). Más adelante, Dios promete restaurar esa gloria pasada.

    “En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán…” (Isa 55:13)

Isaías habla en una figura, describiéndonos cómo es la experiencia de la salvación. En vez de la zarza, habrá ciprés (o abeto). El abeto es un perenne, que por todo el año tiene hoja verde. Esto simboliza la vida eterna que nunca sale de su sazón ni fenece. Dicen los versículos 10 al 11 que la lluvia (la Palabra de Dios) desciende para dar esa vida, y el libro de Hebreos concorda que esto todavía acontece en nuestra época:

    “Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada.” (Heb 6:7-8)

La palabra de Dios es como la lluvia que cae del cielo para regar la tierra y hacerla fructuosa. Es esencial si esperamos llevar fruto. La plantas desiertas (como el nopal, la chumbera, la yuca, etc.) frecuentemente tienen espinas. Y las asociamos con zonas áridas en que cae poca lluvia. Espiritualmente hablando, esto es lo que pasa también. ¿Acaso podemos ausentarnos siempre de los cultos, pasar por alto el estudio bíblico, y así llevar buen fruto? Si no tenemos sed de la justicia (Mat 5:6), y si no bebemos profundamente del agua viva (Juan 4:13-15; 7:37-38), seremos como la arena del desierto, solamente capaces de producir zarza, cardo, y espino. Mejor procuremos producir las plantas inermes que florecen en lugares acuosos, las que llevan buenos frutos.

 

La pereza y el descuido invitan la maleza
Isaías habló de una viña, y el Nuevo Testamento compara la iglesia con una viña. La cosa es que si no la labramos, los espinos y los abrojos van a sofocar el crecimiento del buen fruto.

    “Pasé junto al campo del hombre perezoso, Y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; Y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, Ortigas habían ya cubierto su faz, Y su cerca de piedra estaba ya destruida.” (Prov 24:30-31)

La cerca de piedra representa la salvación (Isa 60:18). Y fíjese que los dos pasajes de Isaías citados arriba mencionaron la misma cerca de piedra. Dice que se había desbaratado y que toda la viña fue cubierta de espinos. ¿Qué permitió que el pecado entrara e hiciera ese daño al pueblo de Dios? Fue por su propia negligencia y su falta de entendimiento. Si uno deja a la desidia el cuido de un jardín, vendrán la malas hierbas y ellas prevalecerán. Hay que cultivar la tierra y extirpar los espinos. En la iglesia, los ancianos han sido encargados de esto, y si no hay ancianos, ¡cuánto más deben los miembros estar activos y vigilantes!

 

La corona de espinas
Poco antes de su crucifixión, Cristo padeció muchas cosas. Su agonía empezó en la víspera de su crucifixión en que desveló toda la noche orando con lágrimas. Luego, fue traicionado por uno de sus “discípulos” y fue entregado a sus antagonistas. Sus enemigos entonces se burlaban de Él, le escupieron en la cara, le desnudaron, y le obligaron a cargar el mero instrumento de su muerte hasta que ya no pudo. Le clavaron las manos a aquella cruz para que colgara allá muriendo lentamente y con pasión. Todo eso debe haberle causado una pena casi insoportable. Pero cuando al fin gritó, fue no por el dolor físico, sino por el peso de los pecados que llevaba en sí y por el abandono de su Padre que sintió. Ahora recordemos la corona de desgracia que pusieron sobre aquella santa cabeza:

    “y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!” (Mat 27:29)

Sufriendo en la cruz bajo un letrero que se burlaba de su título de Rey, aún llevaba aquella corona de espinas, que tiene un significado doloroso mucho más allá de lo obvio: representa todos los pecados del mundo entero que Cristo llevó en sí mismo. Por tanto, hay que aquilatar lo que hizo por nosotros. ¡Que le aceptemos como el único Señor y Rey! Y que no nos burlemos de Él, llamándole ligeramente “Rey” mientras coronándole con los espinos de nuestra propia desobediencia y deslealtad.

“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc 6:46)

Author: Houchen, Stephen